Se
despertó en una especie de cama metálica, atado con cadenas, pero no veía lo
que había debajo: un horno extraño.
Recordaba haber tenido una pelea y… vacío. Tiró de las cadenas
intentando liberarse. Estaba aterrado.
-
¿Hola? – gritó - ¡Socorro!
Una risa
cruel retumbó por toda la estancia. Tenía un matiz sádico demasiado
escalofriante.
- Nadie
te oirá – si hubiese sido otra situación hubiese resultado una voz sexy, pero
en ese momento no había nada más aterrador.
Se
podían oír los jadeos de miedo retumbando en las paredes y el ruido de tirar de
cadenas. Muñecas, codos, pecho, frente, tobillos, rodillas, muslos y abdomen.
Unas preciosas cadenas templadas por el calor corporal del hombre que no dejaba
de sudar por los nervios y el miedo.
- ¡Por
favor! – chilló - ¡Déjame ir!
El
agresor se acercó y le susurró “the show must go on” al oído.
Desde
su posición, el hombre indefenso se quedó confundido. ¿Por qué Queen?
-
¡Quiero que me griten como el público gritó a Mercury! ¡Él no merece más que
yo! ¡Los dos creamos obras maestras!
Se oyó
un interruptor y empezaron a sonar los clásicos, Bohemian Rhapsody la primera. El volumen era demasiado alto y el hombre no
pudo ver el siguiete movimiento que hizo su agresor: prender una cerilla y lanzarla
dentro del horno. Aparentemente, por la velocidad a la que prendió, había algún
tipo de combustible además de la madera.
- ¡Y
voilà! – gritó el agresor bailando de un lado a otro al ritmo de Queen.
La
víctima cada vez tiraba más e las cadenas con más desesperación. “Está loco”
pensaba “¿Qué me va a hacer?” Y ahí notó como su cama empezaba a calentarse y
ató cabos: el olor a gasolina, el metal conductor, cadenas en vez de cintas de
cuero como en las películas: ¡Iba a morir abrasado!
Gritos
de terror se mezclaban con gritos pidiendo piedad. Desesperación. Miedo.
Nerviosismo.
Y eso
solo hacía que su agresor se excitase más y más.
- ¡Y el
público grita! ¡Qué buena actuación del hombre del hierro! ¡Qué buena
colaboración con un pobre indefenso!
-
¡Suéltame! – rogaba
El
calor aumentaba más y más, estaba empezando a ser insoportable.
We will, we
will rock you.
Intentó liberarse del calor de la espalda haciendo fuerza
con la cabeza, sin darse cuenta de que el cuero cabelludo es más sensible.
Soltó tal grito de dolor que retumbó por encima de la
música.
- ¡Y el público ruge! ¡Qué función!¡La adrenalina de cantar
delante de cien mil personas corre por mis venas!
El hombre lloraba y gritaba desesperado.
Un cambio de canción y las cadenas acabaron sueltas y medio cuerpo
completamente abrasado.
Se tiró al suelo como pudo, dejando atrás su piel en el
metal. Se retorció con las llamas acechando desde el horno.
- ¿Tienes calor? Refréscate un poco – susurra su agresor en
su oído.
Y le tiró un caldero de agua con sal.
Qué gritos, qué alaridos, qué música para los oídos del
psicópata.
La víctima intentó escapar, pero su rodilla fue pisoteada
con fuera hasta que el hueso estuvo reducido a simples astillas y más gritos.
- ¡Y el acto final!
El agresor se acercó a un armario. La música aceleraba en un
crescendo infernal. Abrió el armario, sacó una especie de mazo con el mango
largo y se acercó al hombre mancillado que ya no conseguía ni gritar, ni
resistirse. Alzó el mazo, haciendo un semicírculo de gran tamaño tomó impulso y
le asestó un golpe mortal en las costillas. La sangre salpicó y la música se
detuvo. Solo se oían las llamas y la respiración acelerada del agresor
contemplando su obra maestra.