sábado, 12 de octubre de 2013

Corrupción.

Este mundo está corrupto. No queda nadie decente, nadie para echar unas risas sin miedo a una traición. Mujeres vendiendo sus cuerpos, gente gastando su salud con drogas o con comida basura. Pero la culpa no es de las personas, no, es de la sociedad que lo acepta, la sociedad que lo potencia.

Tú vas andando por una calle llena de basura y contaminación de los tubos de escape de los coches, de los camiones y autobuses. Atropellan a una chica que iba más pendiente del teléfono y las redes sociales que de su propia vida. No valoran su maldita vida, solo les importa pasarlo bien y cuando mueran, pues morirán. Nada más les importa. Pasar el rato. Te chocas contra un chico que va corriendo, se ha entretenido con el ordenador y llega tarde a esa estúpida cita con esa chica a la que todo el mundo adora, pero que luego no es más que un cuerpo inerte, en su cerebro no hay nada.

Y ves tu oportunidad. Una mujer, de unos treinta años, el pelo demasiado teñido, la falda demasiado corta y moviendo su bolsito. Está buscando clientes, alguien con quien sacar dinero para comer. A nadie le importa lo que hace, simplemente buscan un placer rápido y olvidarse. Deberían valorar más el placer y la forma de conseguirlo.

Te acercas y le dices:

- ¿Tienes planes para esta noche, guapa? - es muy fingido, tú sabes lo que es y ella sabe que lo sabes.

Te sonríe y te acerca sus pechos.

- Estoy libre. - contesta orgullosa.

- Acompáñame.

A medio camino te pregunta si tiene que andar todo el camino. Vas tonteando, no quieres que sospeche de  lo que en realidad tienes pensado hacer con ella.

Llegas a la puerta de tu casucha y abres la puerta. Le ofreces entrar amablemente y ella sonríe, se está mentalizando para estar con otro hombre más.

Cierras cuando entras y le muestras el camino hasta las escaleras del sótano. Ella baja, empieza a tener miedo, puedes verlo en sus pupilas dilatadas.

- ¿No sería mejor en una habitación? - pregunta.

Te ríes débilmente. Te sientes superior, está bajo tu control.

Te acercas a ella y agarras sus muñecas. Sacas unas esposas del bolso de tu gabardina y la esposas.

- No es necesario hacer esto... - protesta. - yo tengo mis propias esposas.

- No son como estas. - remarcas el "estas"

Haces que se dé la vuelta y clavas un puñal que sacas de otro bolso de tu gabardina en su muslo, muy cerca de sus partes íntimas, ella grita de dolor y tú sonríes.

Tu puño en su mandíbula y ella está tumbada retorciéndose de dolor. Te acercas a un armario y sacas ese rudimentario instrumento. Te acercas y pones tus piernas a los lados de su cuerpo, ella te mira con lágrimas en los ojos y rogando que no hagas nada, mira con miedo tu herramienta, de la que desconoce su utilidad.

Agarras su mandíbula y haces que abra la boca, introduces tu objeto de tortura y enganchas una muela. Ella grita como puede y se agita, intentando liberarse, pero tu peso se lo impide. Tiras con fuerza y ella suelta tal alarido que sientes un escalofrío. Sale sangre de su boca y tienes su muela en tu poder.

- No valoras la vida ni a ti misma. Lo mereces. - dices convencido.

Te levantas, tirando al suelo el sacamuelas y la muela. Te diriges a una caja que hay encima de una mesa y coges una navaja y un punzón. Vuelves con ella, está llorando desesperada y cierra los ojos cuando aproximas la navaja a su cara. Cortas una vez, otra más, desciendes hasta su hombro, son cortes superficiales que no matan, pero que duelen; el brazo, la mano. Su abdomen y una pierna. Tiras lejos la navaja, ella reza por su vida y suplica que pares. Sus labios están teñidos del rojo de su sangre. Te encargas del punzón, lo clavas con fuerza una y otra vez en sus senos y decides hacer algo. Lo clavas en su ojo y lo dejas allí, se está quedando sin fuerzas para gritar y sabes que lo mejor es dejarla sola con su sufrimiento.

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