jueves, 10 de octubre de 2013

Hierro y sal.

Me desperté pero no podía ver ni moverme. En cierto momento me di cuenta de que estaba atado a una silla y que tenía una venda en los ojos. ¿Cómo había llegado allí? Recordaba una fiesta y... negro. Había un vacío en mi mente. Tenía miedo. ¿Me había metido en alguna clase de perversión sexual o...? Oí el sonido de una puerta de metal abriéndose y cerrándose de nuevo. Unos pasos hacia mí, unos pasos calmados y lentos. Sentía mi respiración agitada y mi pulso acelerado.

- Hola, hola, hola. - saludó una mujer joven al lado de mi oído.

Apoyó sus manos en mis hombros y las deslizó por mi espalda arañando levemente.

"Es la última vez que bebo" - me prometí a mí mismo pensando en que no quería probar el sado.

Quise soltarme, pero era imposible, estaba bien atado.

- Esto es un error... - dije nervioso. - Déjame marchar,

- No... no. - oí un sonido metálico. - Tú no te vas a ninguna parte.

Noté el filo de un cuchillo contra mi espalda.

- Por favor. - susurré. No... no me gustan las perversiones... yo... esto... suéltame.

La mujer se rió con fuerza mientras hacía un corte largo con el cuchillo en mi espalda. Grité de dolor.

- Lo digo en serio, suéltame. - supliqué.

- No, esto acaba de empezar. Y no es una perversión, esto es tu último día de vida.

- Tiene que ser una broma. - tiré de las cuerdas, intentando liberarme, pero empezaban a irritar la piel.

Noté que hacía mucho color y que olía de una manera extraña.

- ¿Qué pasa? ¿No te gusta el calor? - se burló.

No contesté, parecía que iba en serio y empezaba a tener mucho miedo.

- Se dice que en la escala del dolor, el primer puesto es para los partos, pero como eres un hombre, habrá que buscar otra manera de hacerte ir al infierno. Además para mí será divertido. - en su voz estaba escrita una amenaza.

Me dio un beso en la mejilla y me susurró un "ahora vuelvo"

Me removí, intentando liberarme, mientras se alejaba. Me ardían las muñecas, estaba haciendo más fuerza de la que pensaba. Estaba empezando a sudar y a temer de verdad por mi vida de verdad.

Oí los pasos acercarse de nuevo y me tensé. ¿Qué me iba a hacer? Estaba temblando de miedo. ¡Tenía que ser una cámara oculta o algo! No podía ser verdad.

-Por cierto, cuanto más grites, más daño te haré. - dijo feliz.

- ¡Por dios! ¡Estás enferma! - exclamé sin pensar.

- Tiene que ser triste no ver tus últimos momentos de vida. - teatralizó pareciendo apenada.

Algo ardiendo fue a parar a mi espalda y solté un alarido de puro dolor que me hizo incluso daño en la garganta. Me estaba quemando, ardía, escocía y era como poner la mano en el fuego.

- ¿Está suficientemente caliente el hierro? - se rió mientras lo separaba de mi carne, ya no podía haber piel.

Lo volvió a colocar, esta vez más arriba y calcó más contra mi anatomía. Chillé mientras se me saltaban las lágrimas.

- Por favor. - supliqué.

Lo deslizó (como pudo, se quedaba adherido a mi piel) y yo luchaba cada vez más por liberarme, no sentía el dolor en las muñecas, era insignificante al lado de las quemaduras. Retiró el hierro, agarró mi melena y tiró con fuerza, haciendo que echara la cabeza hacia atrás.

- Cuanto más grites, peor será, estás avisado. - susurró.

Apoyó el hierro en mi barbilla sin soltar mi pelo. ¡Tanto dolor no podía ser real! Me contuve para no gritar, apretando la mandíbula y respirando con fuerza, pero al final no pude resistir y volví a gritar. Ella se rió como una loca mientras se alejaba de mí.

- Deberías empezar a suplicar que te mate.

Se movió, apoyó una mano sobre mi pecho y dio un empujón que hizo que la silla se desequilibrase y cayese hacia atrás, haciendo que me diese un fuerte golpe en la cabeza, además del impacto de la silla con el suelo. Me empezaron a pitar los oídos y empecé a sentirlo todo muy distante. Apoyó el hierro otra vez, esta vez contra mi abdomen, luego contra el pecho, así repetidas veces hasta que empecé a suplicar mi muerte. Lloraba desesperadamente, como un niño recién nacido, me faltaban las fuerzas y la voz para gritar y dudaba si seguía vivo o ya estaba en el infierno.

- Esto no acaba aquí. - oí su voz distante. - ¿Te gusta la sal? Porque a mí me encanta.

¿Qué? ¿Sal? ¿Qué iba a hacer con ella?

Puso una de sus manos sobre una de las quemaduras más grandes.

- Te voy a dar un masaje, para que veas que soy buena y comprensiva.

No tenía fuerzas ni para gritar, pero si hubiese podido, me hubiese sacado el corazón con mis propias manos.

- ¿Qué? ¿Ahora no te quejas? Qué pena... eso significa que ha llegado la hora.



6 comentarios:

  1. Sabía a lo que venía y, aún así... WTF? Me da miedito. Me voy a escribir algo bonito.

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  2. hay que hacer pruebas, quien se presta voluntario?

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  3. torturar mujeres es lo mejor esa mirada de odio y desesperacion me exita

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  4. Si te interesa robarle el wifi a tu vecino aca te dejo 2 tutoriales explicando detalladamente el proceso

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